Justicia
“La sangre de tu hermano, que has
derramado en la tierra, me pide a gritos que yo haga justicia.”
(Génesis 4:10)
El pasado jueves 5 de julio fue memorable
para la sociedad argentina e incluso, me atrevería a decir, para todas aquellas
personas que bregan por que haya justicia en el mundo entero: el salón judicial
estaba repleto de público, la ansiedad devoraba los nervios de muchos, la
espera de años, las lágrimas y el dolor contenido por décadas. Sin embargo, el
día al fin llegó.
La justicia, mediante la presidenta del
Tribunal Oral Federal 6, María del Carmen Roqueta, señaló que se implementó una
“práctica sistemática y generalizada de sustracción, retención y ocultamiento
de menores de edad” en “el marco de un plan general de aniquilación que (se) desplegó
sobre parte de la población civil, con el argumento de combatir la subversión
implementando métodos del terrorismo de Estado durante los años 1976 a 1983 de la última
dictadura militar”[*].
A raíz de esta definición, la jueza condenó a los ex jefes militares, y también
expresidentes de facto, Jorge Rafael Videla y Reinaldo Benito Bignone, a
cincuenta y cuarenta años de prisión respectivamente, además de emitir otras
condenas a siete personas más por participar, en diversos grados, en el robo de
bebes en el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Este juicio es la culminación de un trabajo
de treinta y cinco años por parte de las Abuelas de Plaza de Mayo, los
familiares de víctimas del terrorismo de Estado y otras tantas miles de
personas que, con mucho coraje, se animaron a enfrentar el horror, le pusieron
palabras a lo terrible y fueron juntando, poco a poco, miles de pruebas que
culminaron con la aparición de cien niños (ya ahora adultos) sustraídos y la
condena judicial antes mencionada.
Este acontecimiento me acerca al texto
bíblico de Génesis 4: 1:16: este pasaje es un relato mítico, el cual trata
sobre la violencia que anida en la experiencia humana. La narración es conocida
universalmente: dos hermanos, Caín y Abel, el primero labrador y el segundo
criador de ganado. Ambos tributaron los primeros frutos de su trabajo a Yavé,
el cual recibió con agrado las primicias de Abel, no así las de Caín. Éste se
enojó mucho y Dios le advirtió que hiciera lo bueno porque el pecado está
asechando.
El relator, mediante la recreación de la
figura del pecado como si fuera una fiera, nos pone en alerta sobre lo que va a
ocurrir pero, además, es la primera vez que en los textos bíblicos se habla de
“pecado”, no antes, como la tradición cristiana asigna que asigna el primer pecado a Adán y Eva. El relato del
Génesis es categórico al darle el estatuto de pecado al crimen de Caín sobre
Abel.
Yavé interroga a Caín quien responde con
evasivas y, en el versículo 10 le pregunta: “¿Qué has hecho?”. El profesor
Pablo Andiñach, reflexiona al respecto: esta pregunta “es la más fuerte y grave
de toda la narración. Habla del horror de Dios ante la acción humana de
destruir la vida del hermano. Entre las tareas que el Creador había asignado al
ser humano (dar nombre a las cosas, gobernar sobre los animales, labrar y
cuidar la creación, unirse a la mujer para reproducirse) no estaba la facultad
de asesinar al prójimo destruyendo lo que Dios había creado”[†].
La pregunta que le hace Dios a Caín nos
atañe a todos pues ¿qué sentido tiene el horror? ¿Qué teoría política o
filosófica puede explicar la desaparición de personas, el robo de bebés o el
arrojar personas vivas al mar? ¿se pueden explicar estos hechos horrorosos desde
el punto de vista de lo que los militares llamaban la “guerra antisubversiva” o
desde las políticas que el Departamento de Estado norteamericano implementó en
“la región”? ¿O se podrían interpretar estos actos terribles desde el propósito
de consolidar un proyecto político y económico que fortaleciera el poder de
grandes corporaciones trasnacionales en desmedro de la economía local? De hecho
el horror desborda cualquier abordaje racional.
El psicoanalista y docente Osvaldo Delgado cita
a Jacques Lacan, quien, en su Seminario número 11, dando cuenta de lo ocurrido
en los campos de concentración nazis, afirmó: “las categorías
hegeliano-marxista no pueden terminar de dar cuenta de ese horrendo sacrificio
a los dioses oscuros”[‡]. Por
su parte, la psicoanalista Norma Slepoy señala que: “suele considerarse que el
psiquismo tiene una incapacidad que le es inherente, de representar aquello que
desbordaría las posibilidades de imaginar y simbolizar”[§].En
este sentido, Slepoy advierte que la acción de las fuerzas armadas durante el
proceso fue una construcción sistemática y planificada para infundir el terror
en la población. Ellos, mediante un golpe de Estado, se apropiaron del espacio
gubernamental, sitio que debiera estar en manos de gente idónea para cuidar del
bienestar de la sociedad, en cambio, sembraron el horror mediante la fuerza con
el propósito de paralizar y aterrorizar a millones de personas.
¿Qué han hecho? ¿Por qué el goce oscuro de
hacer sufrir hasta la muerte a miles de personas? Esta búsqueda de representar
lo terrible tuvo además el obstáculo de la negación de información por parte de
los militares. Recordemos aquella entrevista realizada en los años oscuros del
Proceso en la que un periodista le pregunta a Videla sobre los desaparecidos y
él responde, con una sonrisa perversa, “¿Qué es un desaparecido? No está ni
muerto ni vivo, no tiene entidad, por lo tanto no se puede hacer nada”. Estas
palabras representaron el modo de pensar y actuar de los militares golpistas.
Este pensamiento se parece mucho a aquella respuesta de Caín ante el
requerimiento de Dios sobre su hermano Abel: “No lo sé, acaso es mi obligación
cuidar de él” (Génesis 4:9).
El historiador Israel Lotersztain,
citando un curso de Antiguo Testamento que dicto la doctora Christine Hayes en el año 2006, en la Universidad de Yale, recuerda la siguiente
aseveración: “Caín es castigado, pero su culpabilidad tiene características muy
particulares. Se supone que si alguien es culpable debe demostrarse que ha
violado alguna ley, alguna norma. Y Caín muy bien podría aducir que hasta ese
momento Dios no había dictado ley alguna, lo haría tan solo luego del Diluvio.
Por ello, (…) cabe deducir que la Biblia presupone la existencia de una ley
básica, previa a cualquier otra, primordial, una ‘ley moral universal’ que rige
al Universo desde la misma Creación, y esta ley es la que define que la vida
humana es sagrada. Y es la violación de esta ley básica, primordial, la que
hace culpable a Caín.”[**]
En este sentido, podemos reflexionar que por
más que durante años se intentó desde el Estado argentino desplegar un manto de
olvido imponiendo los decretos de Obediencia Debida y Punto Final, no pudieron
hacer que nos olvidemos de que hubo quienes detentaron espacios de decisión
para aniquilar a sus prójimos. Además, por más que nosotros no queramos ver lo
ocurrido, la sangre misma de nuestros hermanos, derramada en la tierra, clama y
seguirá clamando por justicia.
Por esta razón es que se nos hace
indispensable tener despierta la memoria, poder hablar de aquello que pasó,
contarle a los más jóvenes para que no vuelvan a ocurrir más hechos horrorosos
como aquellos y seguir buscando que se haga justicia. En ese sentido, ¿Cómo se
puede plantear una verdadera reconciliación nacional si no hay justicia?
Por esta razón es que el fallo de la jueza
Roqueta, condenando a aquellos que robaron bebés en la dictadura es un acto
reparador, es un signo de esperanza que vuelve a poner de pie a aquellos que
durante décadas han sufrido tanto dolor.
Eduardo Obregón.
[*] Dandan, Alejandro: “Una práctica sistemática y
generalizada”, www.pagina12.com.ar (6
de julio de 2012).
[†] Pablo Andiñach Comentario Bíblico Latinoamericano 1:
Génesis Verbo Divino, Navarra, 2005
(pagina 376).
[‡] El libro de los
juicios Instituto Espacio para la
Memoria: La dictadura como perversión y goce oscuro. Entrevista a Osvaldo
Delgado IEM, Buenos Aires, 2011 (página
26).
[§] El libro de los juicios…
La representación de lo traumático. Entrevista a Norma Slepoy (página 29).
[**] Lotersztain, Israel Caín
y Abel www.pagina12.com.ar (20 de enero de
2007).
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