PAGINA VALDENSE

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martes, 19 de febrero de 2013

Reflexión a partir del 17 de febrero:


Perseverar en la libertad

“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.
Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no hagan de esta libertad una ocasión para vivir según la carne. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’”
(Gálatas 5: 1;13-14)

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.  Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!» Y este mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios. Y puesto que somos sus hijos, también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, puesto que sufrimos con él para estar también con él en su gloria.
(Romanos 8:14-17).

Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él:
—Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos;  conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
 Ellos le contestaron:
—Nosotros somos descendientes de Abraham, y nunca hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú que seremos libres?
Jesús les dijo:
—Les aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia; pero el hijo sí pertenece para siempre a la familia. Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres.
(Juan 8:31-35).

Por perseverar en la libertad, que nos es dada en Cristo, debemos combatir el egoísmo que hoy impera. Pablo nos invita a vivir la gran paradoja de la libertad en Cristo: es libres significa estar en el amor de Cristo, servirnos los unos a los otros.

   A menudo se entiende por libertad como la facultad de disponer de uno mismo, en el sentido del libre arbitrio condenado por Lutero. Hoy estamos convencidos que todos los seres humanos nacen libres y así permanecen; sin embargo, si miramos alrededor, ¡vemos personas sometidas a toda clase de esclavitudes! En tiempos del apóstol Pablo, muchas personas nacían o los hacían esclavos, es decir, la esclavitud estaba legalizada. La libertad de la que habla Pablo, en su carta a la comunidad cristiana de Galacia, no es evidentemente una libertad natural, una posesión inalienable; se trata de una libertad donada a quien por vía natural no la posee. Es precisamente una libertad de esclavos liberados. Comparando la condición de los cristianos de Galacia a aquella de los esclavos por los cuales ha sido pagado un rescate, como de hecho ocurría en aquel tiempo, Pablo invita a sus hermanos y hermanas en la fe a perseverar en la libertad recibida con la confianza en Cristo. Jesucristo pagó por nuestra libertad del pecado y de la muerte (Romanos 6:23). Cristo nos liberó tomando para sí la maldición de la ley, muriendo en una cruz, por sí y por nosotros que, participando de su muerte en el bautismo, somos rescatados del interior del sistema ley-pecado-maldición-muerte. El llamado urgente de Pablo está dirigido a las personas que han recibido el evangelio de Cristo y han experimentado su fuerza liberadora, pero desviaron su buena conciencia del camino indicado por el apóstol y se pusieron de nuevo bajo el yugo de la práctica legal.  
   El punto de partida es un llamado a la libertad. Un punto común de toda la tradición del Nuevo Testamento referido a la libertad es que está ligada a la filiación a Cristo. Ustedes recibieron el Espíritu de adopción, escribe Pablo, mediante el cual nos dirigimos a Dios como a nuestro Padre. Esta adopción como hijos e hijas de Dios es posible mediante la liberación que proviene de la obra de Cristo y el fundamento de la libertad cristiana. Para el apóstol, no hay libertad que no esté ligada a una certeza  y a una esperanza. Jesucristo cambió las reglas de juego de este mundo, ya que no nos separamos más por distinciones sociales, religiosas o sexuales. Por esta razón, los creyentes dejan de estar condenados a devorarse entre ellos, sino que son invitados a servirse los unos a los otros en la libertad del amor.
La libertad cristiana es una vocación: “Ustedes han sido llamados a la libertad”. Somos llamados a recibir y vivir la libertad que nos es donada, una libertad-don que solo Cristo puede dar. La obra de Cristo, que culmina con su muerte en la cruz, es una obra de liberación: “Así que, si el hijo los hará libres, ustedes serán verdaderamente libres”. Para Pablo, la vocación cristiana se resume en “ser llamados” a la libertad que recibimos como don en la fe. La libertad cristiana es la misma vida de fe en su esencia más profunda o natural. En la vida de fe, vivida cotidianamente, cada uno y cada una de nosotros experimenta la libertad de ser hijo e hija de Dios. Esto nos viene a través de elecciones responsables que son dictadas por la fuerza del amor. La vida cristiana es lo opuesto al moralismo. No somos llamados a observar leyes impuestas desde afuera. Más bien, la ley de Cristo, que es ley de la gracia, está escrita en nuestro corazón para inspirarnos espontaneidad y fervor. El creyente obra de modo libre y responsable porque lo siente dentro y no por cuidar las apariencias. Para perseverar en la libertad necesita vivir el ágape. Al Invitar a los creyentes a perseverar en la libertad ofrecida por Cristo, Pablo Afirma que en Jesucristo “aquello que vale es la fe que obra por medio del amor” (Gálatas 5:6). El ágape es el fundamento para una libertad auténtica. La libertad solo es verdadera en el amor de Cristo. Los gálatas se habían desviado de la vía indicada por Pablo, que era el camino del ágape, para dedicarse a la observación de las prescripciones de una ley desconectada, apartada de su fuente, que es, precisamente, el amor por Dios y por los seres humanos. Ellos optaron seguir una ley que divide mientras que Cristo unió a todos los creyentes en la única familia de Dios.
Para perseverar en la libertad que nos es donada en Cristo, debemos combatir el egoísmo hoy imperante. Entender la libertad simplemente como la posibilidad de hacer lo que nos gusta, olvidando que toda libertad tiene su límite, abre fácilmente el sendero al egoísmo y al individualismo, que son los males que actualmente sufre nuestra sociedad. Individualismo que - le quita a los seres humanos la peculiaridad de ser “personas”, de modo que sean seres llamados a la sociabilidad y a la solidaridad- hace olvidar que no se es libre si no se es responsable con su propia elección; no se es libre cuando se confunde los bueno, lo verdadero, lo justo con aquello que me gusta, me parece o me beneficia (no solo en términos de dinero…). En la vida de Jesús, vista en toda su extensión, desde los inicios hasta la Pasión, muerte y resurrección, se revela una opción de libertad  frente a las prioridades egoístas. El apóstol Pedro nos pone en guardia a los cristianos contra el riesgo de servirse de la libertad como de un velo para cubrir la malicia (1 Pedro 2:16). Pablo nos invita a vivir la gran paradoja de la libertad en Cristo: ser libres significa ser esclavos en el amor de Cristo, es decir, servirnos los unos a los otros. Practicar el servicio mutuo es hacer posible otro modo de vivir, otro tipo de sociedad, más justa y más fraterna. Aquí está la fuerza transformadora del mensaje evangélico como mensaje de liberación. El Evangelio no es una doctrina o una enseñanza, sino que es una fuerza vital que cambia al ser humano, haciéndolo responsable en el encuentro con los otros. Una fuerza que nos vincula a la persona viva de Jesucristo, el Liberador. Según el evangelio de Juan, la verdad que nos hace libres es Jesús mismo, es el encuentro con Jesús, el totalmente digno de confianza que dona la verdadera libertad. No nacemos libres pero nos hacemos libres gracias al encuentro personal con Cristo, encuentro que la Escritura identifica con el llamado que Dios nos hace.
El 17 de febrero es para nosotros un día de fiesta de la libertad, en recuerdo de la concesión de derecho civiles y políticos a la minoría protestante valdense, de parte del rey Carlos Alberto de Saboya. Celebrar esta fiesta de la libertad es dar testimonio de nuestra liberación en Cristo. Y reconocer que los cristianos valdenses han sido llamados a la libertad, han sido liberados no por un soberano humano sino del Señor en el que creemos. El pueblo valdense era libre espiritualmente e interiormente, incluso antes de que ocurriera el acontecimiento del 17 de febrero de 1848, y la consiguiente libertad de culto. La tentación de los galatas es la misma a la cual nosotros estamos expuestos. También nosotros estamos tentados de abandonar la carrera o arriesgarnos a hacer una mala carrera ligando nuestras acciones a una realización hipotética de la ley, negándonos a recibir la gracia liberadora de Dios y dejarnos transformar por ella. Los protestantes ponemos siempre la fe delante de cualquier obra del creyente, pero el riesgo siempre presente es que nuestras tradiciones y organizaciones eclesiásticas sean transformadas, en cierto sentido, por leyes que nos ofrecen una falsa seguridad frente a Dios; no somos salvos porque mantengamos la iglesia con nuestros propios recursos o porque nuestra pertenencia se mantenga de generación en generación ¡no! A los gálatas, Pablo les recuerda que una vida justa, justificada, una vida aprobada por Dios no puede ser meritoria desde la práctica de la ley: solo la fe en la liberación de Cristo, vivida desde el amor, es decisiva. La frágil liberad que nos es donada en Cristo reclama la firmeza de la fe, y evitar recaer en la búsqueda de la justicia por los propios medios.


 (Tercera de una serie de cuatro meditaciones)

Publicado en Riforma, semanario de las Iglesias Bautista, Metodista y Valdense, 15 de febrero de 2013. Año XXI, número 7. Para leer la versión original: http://www.riforma.it/innerpage.php?id=Pagina%20biblica/bible20130212103657

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