La Ascensión no olvida
la tierra
En mi primer Libro, querido Teófilo, me
referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en
que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus
últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido.
Después de su Pasión, Jesús se
manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta
días se le apareció y les habló del Reino de Dios.
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron
elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada
puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres
vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen
mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo,
vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
(Hechos 1:1-3;9-11)
Por Bruno Rostagno
La Ascensión no separa a Jesús del mundo y de la humanidad. Jesús se
ubica, más que nunca, en el centro que dirige la renovación de la vida. No nos
abandona a la quietud, sino que nos recibe y nos hace más humanos.
(Riforma, 18 de mayo de 2012) Conservo ahora
el recuerdo de un gran encuentro de la comunidad siciliana el jueves de Ascensión
de 1960, en Agrigento, en Valle dei templi, con diversos testimonios, cantos y conversaciones,
en una atmósfera alegre, no solo por el bello día de sol, sino, sobretodo, por
el anuncio bíblico del ascenso y la soberanía de Cristo.
Hoy, un encuentro así, en un día vinculado
al evento del que habla el primer capítulo de los Hechos, ubicándolo cuarenta
días después de Pascua, no sería posible porque el jueves de la Ascensión en
Italia ha devenido en un día laborable como cualquier otro. Alguien dirá que no
ha cambiado sustancialmente nada porque la fiesta se ha trasladado al domingo
siguiente. Pero estos procedimientos administrativos, dictados por razones
económicas, tienen su consecuencia. De hecho, cuando se trasladó al domingo la
fiesta de la Ascensión, perdió su significado; sucedió que muchos de los
miembros de iglesia se han olvidado del significado de esta fecha.
¿Por
qué es justo celebrarla? No por una
necesidad festiva. La fiesta cristiana tiene dos funciones: por un lado, nos
hacen recordar, por el otro, imprimen una dirección a la vida. La venida de
Cristo, su muerte, su resurrección, el arribo del Espíritu Santo son
recordados, meditados, cada uno en un momento especial; son recordados porque
su significado puede ser visto cada día, porque son momentos culminantes de la
obra que renueva nuestra vida.
La Ascensión es uno de estos momentos. Podría
estar vinculada a la Pascua porque, en la resurrección, Jesús ha sido elevado
por encima de cada realidad creada. Podría ser vinculada también a Pentecostés
porque, como dice el Evangelio de Juan, Jesús va al Padre pero continúa obrando
por medio del Espíritu. Pero, en el fondo, es justo dedicarle a este evento una
fiesta particular. En la Pascua el centro del mensaje es la victoria sobre la
muerte y el inicio de la nueva vida;, en cambio en Pentecostés el centro es la
venida del Espíritu con su fuerza creadora. Mientras que, en la Ascensión, el
centro es la soberanía de Cristo sobre lo creado, a lo cual le transmite el
amor de Dios. Las obras potentes de Jesús, su sufrimiento y su muerte, dan
ahora su fruto. Jesús reina, no para dominar, sino para curar y liberar. La violencia
ejercida a lo largo de los siglos en el nombre del reno de Cristo es la más
terrible traición que se le pudiera haber hecho. Jesús no transforma la tierra
con una potencia violenta; más bien realiza entre los humanos una comunión sana,
libre del instinto de dominio, y permite a quien lo escucha, caminar en ese
sentido.
Este significado se refleja en nuestra vida.
La resurrección abre una vida nueva. El espíritu se manifiesta y se hace
factible mediante sus dones. La Ascensión nos da el sentido de aquello que
hacemos, en este tiempo mediado por la victoria de Cristo y su revelación
final.
El Señor no
asciende al cielo para gozar el fruto de su esfuerzo y dejarnos solos. Lo hace
también para elevarnos a la altura de la comunión con Dios. Pero esto no
significa que, luego de la ascensión de Jesús, debamos buscar una progresiva
elevación sobre la realidad terrestre. Es cierto que hay momentos en que
necesitamos tomar distancia de la agitación y confusión de la vida; hay momentos
en que necesitamos interrumpir la fatiga cotidiana para poder abrirnos más a la
realidad de Dios. Como dice el himno 255 de nuestro himnario en su cuarta
estrofa: “Haz que en ti, como en el cielo el águila se alza, yo me eleve y viva”.
Debiera suceder cada domingo; el domingo fue hecho para esto, aunque la solemos
usar para tantas otras cosas… Pero no se trata de un crecimiento
espiritual que, de domingo a domingo,
nos ubica siempre más cerca de Dios y más lejos de la realidad terrestre. Esto
no puede suceder o, si parece que ocurre, es una ilusión.
Después del ascenso de Cristo, los
discípulos son invitados a no tener los ojos fijos hacia el cielo sino a ir a
Jerusalén para dar inicio a su misión. En el Nuevo Testamento, en las partes
que se hace referencia a la elevación de Jesús, se habla contextualmente del
servicio de los discípulos.
La realidad humana tiende a agotarse y a aplastarse.
También, a veces, corremos el riesgo, en la vida comunitaria y en nuestro
servicio, de perder el sentido de lo que hacemos. Pero la ascensión recrea el
significado y la novedad de la vida porque también la realidad terrestre puede
ser elevada cuando Cristo nos guía hacia la nueva creación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario