La búsqueda
y el sentido de la consulta, y el respeto de las decisiones del pueblo, esto
que hoy conocemos como democracia, es un desafío en sí mismo para las
comunidades de fe desde los comienzos en los tiempos bíblicos. En la Biblia
aparecen distintas escenas de asambleas con tomas de decisiones, que aunque
estén atravesadas
por la tradición religiosa, alcanzan a todo el pueblo. Este tipo de
organización política, en la modernidad mediada ya no solo por principios
religiosos sino sobre todo por Constituciones en los Estados Nación, es
bastante reciente, incluso en Occidente. En los países de América Latina la
democracia, todavía precaria y en construcción, siempre fue motivo de debate y
de profundos conflictos sociales, culturales, religiosos, políticos y económicos.
El tiempo que vivimos no está exento de estos debates y tensiones.
La comunidad
judeocristiana no conoce una vida de fe sin incidencia pública dado el carácter
universal de su cosmovisión y de su propuesta religiosa. En la historia de la
iglesia cristiana existen diaconías con diferentes adjetivos, según el énfasis
del trabajo que realiza la comunidad, sin embargo,
la
diaconía más allá del enorme potencial y diversidad
que
tiene como ministerio se propone llevar a cabo
un
testimonio público de la presencia transformadora
de
Dios en el mundo.
La escucha
de Dios del clamor del pueblo en Egipto (Éxodo 3,7) o el llamado de atención de
Dios en Samuel (1 Samuel 8) sobre la elección de un rey pone de sobre aviso al
pueblo que la restricción de libertades constituye una amenaza para la vida de
todas las personas. Sin embargo, el pueblo harto de la corrupción de sus
líderes vuelve a preferir una monarquía para transmitir confiabilidad y
seguridad institucional a los imperios de turno. Los y las profetas son quienes
ponen en cuestión el sentido del ejercicio del poder. Tanto la denuncia del
abuso de poder desconociendo el carácter todopoderoso de Dios como la
explotación de la vida de las personas y la creación con afán de lucro y
acumulación sin reparar en la misericordia de Dios aparecen con mucha fuerza en
sus distintas intervenciones públicas.
Jesús
expresa su malestar ante la irresponsabilidad del poder romano y judío al ver
las condiciones en las que vive el pueblo «como ovejas sin pastor» (Mateo 9,36).
Aún el llamado apostólico a orar por los gobernantes debe comprenderse en este
sentido de corresponsabilidad entre la vida de fe y el ejercicio de los
derechos cívicos. La oración por quienes gobiernan lejos de ser una expresión
pública de apoyo y subordinación pasiva es una exhortación activa al uso del
poder otorgado provisoriamente por Dios para garantizar el bien común de todas
las personas por igual. El carácter activo de esta exhortación conlleva
acciones directas de diaconía comunitaria.
La capacidad
de intervención de la iglesia cristiana varía en cada cultura y tiempo
histórico, sin embargo, siempre contiene este aspecto fundante de salvaguardar
la vida y la creación como testimonio de la misericordia de Dios al mundo. Esta
misericordia pone en evidencia la injusticia y genera condiciones básicas para
que todos tengan vida.
La iglesia
cristiana en sus diferentes denominaciones y tradiciones articula con el Estado
o los gobiernos de turno porque parte de la base de un mandato conjunto, tanto
de la comunidad que la constituye como de Dios mismo, a una tarea de
organización social y política. En la tradición protestante la separación entre
Iglesia y Estado es más notoria aunque al mismo tiempo es dialéctica porque se
deben mutuo respeto de sus respectivos ámbitos y jurisdicciones, además de
estar ambos supeditados al control social de sus electores y miembros.
La diaconía
se desarrolla en esa tensión y se encuadra tanto en el evangelio como en el
marco normativo del Estado en el cual está presente la comunidad de fe. La
tarea diacónica se inscribe en el llamado de Dios de dar testimonio de su
gracia, de su misericordia infinita, particularmente por quienes más sufren,
por las personas más vulnerables, entre quienes la tradición judeocristiana ubica
a Dios mismo presente entre ellos. Este llamado implica la asistencia de las
necesidades de estas personas, la generación de recursos para responder a estas
demandas, pero en abierta exhortación, demanda y denuncia pública al Estado. La
iglesia se reúne en torno a un mensaje de esperanza activa, de misericordia en
curso, de paz en construcción, de un llamado de Dios puesto en práctica en la
vida cotidiana. La diaconía cristiana va de la mano con la organización social
y política de la sociedad que integra la comunidad de fe.
Actualmente,
es posible encontrar modelos en los que las iglesias reciben fondos de Estados
locales o internacionales para el desarrollo de la diaconía. Existen
instituciones y organizaciones, especialmente, en países de fuerte presencia y
tradición protestante, que inciden y debaten con los Estados las políticas
públicas, trabajan en la educación cívica de la membresía, en el desarrollo de
espacios de organización social, en la creación de dispositivos de
intervención, en la generación de proyectos sociales, entre otros.
La iglesia
se ha ido replanteando progresivamente los modelos de intervención social. En
el siglo anterior, tanto en Europa como en América la diaconía ha ido
desplazándose de modelos institucionales fijos (hogares, escuelas, hospitales)
a intervenciones más flexibles, cambiantes y discontinuas (proyectos cortos y
focalizados). Esto no siempre guarda relación con las demandas sociales ni
tampoco está acompañado por una demanda profética de la iglesia a los Estados,
sino más bien refiere a cambios en los modelos de Estado, que afectan la
articulación con la iglesia, y los avances del capitalismo, y en particular del
neoliberalismo, sobre las políticas públicas las cuales dejan de ser
comprendidas como una responsabilidad ineludible del Estado para pasar a ser
comprendidas como un gasto público.
La escasa
convocatoria de las iglesias y la baja credibilidad de los partidos políticos
están depreciando profundamente la democracia y el carácter profético de la
diaconía, la cual muchas veces tiende a la caridad y al asistencialismo, más
allá de la intervención histórica de las iglesias en la defensa de los derechos
humanos y la búsqueda actual de ampliar el acceso a derechos económicos,
sociales, culturales, políticos y sexuales, sobre todo en los sectores
populares, aunque tampoco está exenta de tensiones internas.
Estas
tensiones ponen a la iglesia todo el tiempo
en la encrucijada de responder al
llamado de su
razón social y su rol político como expresión del
reino de Dios
en el mundo y la responsabilidad
cristiana de dar cuenta de su fidelidad al evangelio
como comunidad seguidora de Jesucristo.
En esta tensión se juega la capacidad de la
diaconía de la iglesia de aportar al fortalecimiento del Estado y la democracia
o aceptar el aggiornamiento
al modelo neoliberal y la política económica de mercado de Estado mínimo y
subordinación de todo el aparato y proceso productivo a la acumulación de
capital para la inversión financiera en desmedro de la generación de trabajo,
la calidad de vida de la población y la sostenibilidad de la naturaleza.
Lic. Jorge
Weishein
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Artículo publicado en Página Valdense en la edición de septiembre 2018
Artículo publicado en Página Valdense en la edición de septiembre 2018
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