Nuestro vínculo humano con la Tierra es
siempre un desafío. Es un vínculo que tiene que ver con la situación en la que
uno/a vive, la cultura de la cual es parte, los sistemas económicos y políticos
que predominan en quienes gobiernan y el poder que fueron adquiriendo quienes
se convirtieron en propietarios/as de la tierra. Comprender esto es fundamental
para entender la posición que asumen países, pueblos, comunidades de fe (iglesias). Abordar un tema que relacione a Dios,
la Tierra y el Pueblo nos invita a reflexionar bíblica y teológicamente acerca
del lugar que ocupa este vinculo en nuestra vida y en las actitudes de las
iglesias, en sus prácticas, testimonios y pensamientos.
I.- Desde la
visión bíblica.
Podríamos dedicar muchas carillas para escribir considerando los relatos
bíblicos. Cómo el pueblo de Dios, a partir de los testimonios del Antiguo
Testamento, vivió y recibió mandatos que determinaron actitudes y formas de
organización en los espacios que ocupó en su camino hasta establecerse en lo
que se llamó, en ese testimonio: «Tierra Prometida». Podemos señalar sintéticamente
algunos puntos que se refieren a los fundamentos que deberían permitirnos, hoy,
ubicarnos con relación al uso, tenencia y formas de preservar la tierra. a) Sobresale una primera afirmación
acerca de quién es el dueño/a o propietario/a de la tierra; la Fe Judeo-Cristiana ha reconocido y
confesado que es de Dios, creador y señor de todo. b) La tierra es el espacio donde los seres humanos/as deben buscar las
formas de convivencia y organización que permitan vivir en Justicia. c) La tierra tiene la riqueza
suficiente para que la humanidad viva bien, teniendo todo lo necesario para que
lo haga con dignidad. d) Nadie puede
hacerse dueño/a a perpetuidad de la tierra, y menos aún, utilizar espacios
impidiendo que otros/as puedan disfrutar de sus riquezas. Creo que a partir de
esta síntesis, recordando textos bíblicos (Levítico 25:23 sgts; Deuteronomio
8:7-10; 15:14; 24:19-22;) podemos avanzar en la reflexión a fin de encontrar, a
través de la meditación de la Palabra, el diálogo comunitario y el compromiso
con el llamado que Dios hace a su Pueblo, los y las creyentes, formas de
testimonio que eviten las contradicciones. Digo contradicciones pensando en que
si afirmamos que la Tierra es de Dios y nadie la puede tener a perpetuidad, y
menos aún quitársela a otros/as, apoyar a quienes hacen esto, nos aleja del fundamento
de nuestra fe.
2.- Nuestra tradición y los saberes acumulados. Reconociendo que la
iglesia valdense -desde la perspectiva que escribo- tuvo y tiene mucho que ver
con las colonias, podemos animarnos a dialogar en nuestras comunidades y abrir
también un espacio de reflexión que nos permita ofrecer testimonio de lo que
hemos recibido desde la reflexión bíblica y de nuestra experiencia de vivir en
vinculo permanente con la Tierra. Creo que esa tradición de vivir en espacios,
parcelas, predios que siempre tuvieron un límite, es decir, una cantidad
limitada de tierra para cada familia, debe ayudarnos hoy a mirar la realidad de
nuestros pueblos y países con criterios diferentes a los que utilizan quienes
dirigen los Estados.
Si la tierra que trabajamos es
suficiente
para vivir con dignidad, que sucede cuando
avanzamos más allá de lo
que es suficiente,
aumentando propiedad.
Creo que a la
base del testimonio de muchas familias que habitan en colonias o tienen
espacios de tierra suficiente para vivir dignamente, podemos dar testimonio de
lo que Dios propone, espera de sus hijos e hijas. Tenemos una enorme riqueza
que viene de esa experiencia y comprensión del mensaje de la Palabra, que nos
permite mirar con ojos diferentes a los que utilizan otros/as para su
relacionamiento con la tierra. No estoy hablando de asumir posturas de
superioridad o de pureza ética; me gustaría reflexionar acerca de lo que hemos
recibido como herencia. Herencia que no es la tierra en sí, sino la posibilidad
de vincularnos con ella a través del trabajo,
la convivencia humana y las diferentes formas de organización que
nutrieron nuestro pasado (Colonias, Cooperativas, Sociedades de Fomento, etc.).
Esto podemos reconocerlo tanto en las Comunidades de fe de Uruguay como de
Argentina. Quizá usted, como lector o lectora, podría decirme: «pero eran otros
tiempos!» Y sí, pero esas respuestas, justamente fueron dadas para tiempos que
también tenían otros modelos de uso y
tenencia de la tierra. Fueron también respuestas a modelos políticos-económicos que no tenían la
visión bíblico-teológica que orientaba y debería orientar hoy nuestro actuar en
la sociedad en la que vivimos. Me refiero en este párrafo sólo a eso. Y vivimos
un tiempo oportuno para reflexionar a partir de los mandatos bíblicos y de las
sabidurías acumuladas.
3.- Vinculo con
los pueblos originarios a partir de esas vivencias. Hablar de Dios, Tierra y Pueblo nos lleva
a hablar de los pueblos Originarios. Más allá de lo sucedido en los tiempos de
colonización, en el que muchos de nuestros antepasados fueron ubicados en
fronteras de «ocupación» que servían de habitad de pueblos antiquísimos, hoy
somos invitados/as a colocarnos al lado de estos pueblos. Desde hace muchos
años nuestra iglesia se comprometió con otros hermanos y hermanas de diversas
iglesias a compartir la fe y los postulados bíblicos con pueblos originarios de
nuestra Latinoamérica y de otras regiones del planeta. Creo, y me atrevo a
compartirlo luego de muchos años de trabajar en el norte argentino con pueblos
originarios, que tenemos una oportunidad maravillosa de testimonio.
No sólo confesar que la Tierra es
de Dios,
que su riqueza es suficiente para que la
humanidad viva bien, sino a
actuar
para que los derechos de estos pueblos
no sean pisoteados y anulados
por
la voracidad de intereses económicos
que actúan como si la tierra fuese de
ellos.
Intereses económicos que una y otra vez
encuentran intereses políticos que los protegen, encubren, alientan, a tomar
los espacios de Tierra que luego son utilizados para beneficio de minorías.
Espacio de tierra que fue, por siglos, hogar para vivir de miles y millones de
humanos, también hijos e hijas de Dios.
Cada uno/a de los integrantes de las
comunidades de fe, reconociendo los mandatos bíblicos y la sabiduría de nuestra
tradición, podemos ser solidarios y actuar como hermanos y hermanas en Cristo
con estos pueblos. En esas tierras desarrollaron formas de vida, trabajo,
convivencias, creencias que le son arrebatadas, coartando el derecho a vivir
con dignidad.
Ver como son violentados y destruidos sus
espacios de vida, debe ser motivo de reflexión y acción para quienes hemos
recibido la buena nueva del mensaje de fe encarnado en el testimonio bíblico.
Seguramente que el Señor de la Vida nos ofrece, también hoy, oportunidades de
vivir en el Amor. No estoy hablando de ir para allá, más bien de tener
actitudes acorde con ese testimonio bíblico y esa sabiduría que nos permiten
reconocer que en esta tierra que tenemos a préstamo, Dios nos llama a vivir
como cristianos/as, siendo solidarios/as con los pueblos más desprotegidos.
Reflexionar como pueblo que vivió acorralado, perseguido, maltratado pero a su
vez acompañado por el Amor de Dios, es hoy motivo de desafíos que somos
invitados a asumir con firmeza y confianza.
Hugo R. Malán
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Artículo publicado en Página Valdense en la edición de Junio 2018
Artículo publicado en Página Valdense en la edición de Junio 2018
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