PAGINA VALDENSE

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martes, 23 de octubre de 2018

Dios, la Tierra y el Pueblo



Nuestro vínculo humano con la Tierra es siempre un desafío. Es un vínculo que tiene que ver con la situación en la que uno/a vive, la cultura de la cual es parte, los sistemas económicos y políticos que predominan en quienes gobiernan y el poder que fueron adquiriendo quienes se convirtieron en propietarios/as de la tierra. Comprender esto es fundamental para entender la posición que asumen países, pueblos, comunidades de fe (iglesias). Abordar un tema que relacione a Dios, la Tierra y el Pueblo nos invita a reflexionar bíblica y teológicamente acerca del lugar que ocupa este vinculo en nuestra vida y en las actitudes de las iglesias, en sus prácticas, testimonios y pensamientos.


I.- Desde la visión bíblica. Podríamos dedicar muchas carillas para escribir considerando los relatos bíblicos. Cómo el pueblo de Dios, a partir de los testimonios del Antiguo Testamento, vivió y recibió mandatos que determinaron actitudes y formas de organización en los espacios que ocupó en su camino hasta establecerse en lo que se llamó, en ese testimonio: «Tierra Prometida». Podemos señalar sintéticamente algunos puntos que se refieren a los fundamentos que deberían permitirnos, hoy, ubicarnos con relación al uso, tenencia y formas de preservar la tierra. a) Sobresale una primera afirmación acerca de quién es el dueño/a o propietario/a de la tierra;  la Fe Judeo-Cristiana ha reconocido y confesado que es de Dios, creador y señor de todo. b) La tierra es el espacio donde los seres humanos/as deben buscar las formas de convivencia y organización que permitan vivir en Justicia. c) La tierra tiene la riqueza suficiente para que la humanidad viva bien, teniendo todo lo necesario para que lo haga con dignidad. d) Nadie puede hacerse dueño/a a perpetuidad de la tierra, y menos aún, utilizar espacios impidiendo que otros/as puedan disfrutar de sus riquezas. Creo que a partir de esta síntesis, recordando textos bíblicos (Levítico 25:23 sgts; Deuteronomio 8:7-10; 15:14; 24:19-22;) podemos avanzar en la reflexión a fin de encontrar, a través de la meditación de la Palabra, el diálogo comunitario y el compromiso con el llamado que Dios hace a su Pueblo, los y las creyentes, formas de testimonio que eviten las contradicciones. Digo contradicciones pensando en que si afirmamos que la Tierra es de Dios y nadie la puede tener a perpetuidad, y menos aún quitársela a otros/as, apoyar a quienes hacen esto, nos aleja del fundamento de nuestra fe.




2.- Nuestra tradición y los saberes acumulados. Reconociendo que la iglesia valdense -desde la perspectiva que escribo- tuvo y tiene mucho que ver con las colonias, podemos animarnos a dialogar en nuestras comunidades y abrir también un espacio de reflexión que nos permita ofrecer testimonio de lo que hemos recibido desde la reflexión bíblica y de nuestra experiencia de vivir en vinculo permanente con la Tierra. Creo que esa tradición de vivir en espacios, parcelas, predios que siempre tuvieron un límite, es decir, una cantidad limitada de tierra para cada familia, debe ayudarnos hoy a mirar la realidad de nuestros pueblos y países con criterios diferentes a los que utilizan quienes dirigen los Estados. 

Si la tierra que trabajamos es suficiente 
para vivir con dignidad, que sucede cuando 
avanzamos más allá de lo que es suficiente, 
aumentando propiedad.


Creo que a la base del testimonio de muchas familias que habitan en colonias o tienen espacios de tierra suficiente para vivir dignamente, podemos dar testimonio de lo que Dios propone, espera de sus hijos e hijas. Tenemos una enorme riqueza que viene de esa experiencia y comprensión del mensaje de la Palabra, que nos permite mirar con ojos diferentes a los que utilizan otros/as para su relacionamiento con la tierra. No estoy hablando de asumir posturas de superioridad o de pureza ética; me gustaría reflexionar acerca de lo que hemos recibido como herencia. Herencia que no es la tierra en sí, sino la posibilidad de vincularnos con ella a través del trabajo,  la convivencia humana y las diferentes formas de organización que nutrieron nuestro pasado (Colonias, Cooperativas, Sociedades de Fomento, etc.). Esto podemos reconocerlo tanto en las Comunidades de fe de Uruguay como de Argentina. Quizá usted, como lector o lectora, podría decirme: «pero eran otros tiempos!» Y sí, pero esas respuestas, justamente fueron dadas para tiempos que también tenían otros modelos de uso  y tenencia de la tierra. Fueron también respuestas a  modelos políticos-económicos que no tenían la visión bíblico-teológica que orientaba y debería orientar hoy nuestro actuar en la sociedad en la que vivimos. Me refiero en este párrafo sólo a eso. Y vivimos un tiempo oportuno para reflexionar a partir de los mandatos bíblicos y de las sabidurías acumuladas.


3.- Vinculo con los pueblos originarios a partir de esas vivencias. Hablar de Dios, Tierra y Pueblo nos lleva a hablar de los pueblos Originarios. Más allá de lo sucedido en los tiempos de colonización, en el que muchos de nuestros antepasados fueron ubicados en fronteras de «ocupación» que servían de habitad de pueblos antiquísimos, hoy somos invitados/as a colocarnos al lado de estos pueblos. Desde hace muchos años nuestra iglesia se comprometió con otros hermanos y hermanas de diversas iglesias a compartir la fe y los postulados bíblicos con pueblos originarios de nuestra Latinoamérica y de otras regiones del planeta. Creo, y me atrevo a compartirlo luego de muchos años de trabajar en el norte argentino con pueblos originarios, que tenemos una oportunidad maravillosa de testimonio. 

No sólo confesar que la Tierra es de Dios, 
que su riqueza es suficiente para que la 
humanidad viva bien, sino a actuar 
para que los derechos de estos pueblos 
no sean pisoteados y anulados 
por la voracidad de intereses económicos 
que actúan como si la tierra fuese de ellos.


Intereses económicos que una y otra vez encuentran intereses políticos que los protegen, encubren, alientan, a tomar los espacios de Tierra que luego son utilizados para beneficio de minorías. Espacio de tierra que fue, por siglos, hogar para vivir de miles y millones de humanos, también hijos e hijas de Dios.

Cada uno/a de los integrantes de las comunidades de fe, reconociendo los mandatos bíblicos y la sabiduría de nuestra tradición, podemos ser solidarios y actuar como hermanos y hermanas en Cristo con estos pueblos. En esas tierras desarrollaron formas de vida, trabajo, convivencias, creencias que le son arrebatadas, coartando el derecho a vivir con dignidad.

Ver como son violentados y destruidos sus espacios de vida, debe ser motivo de reflexión y acción para quienes hemos recibido la buena nueva del mensaje de fe encarnado en el testimonio bíblico. Seguramente que el Señor de la Vida nos ofrece, también hoy, oportunidades de vivir en el Amor. No estoy hablando de ir para allá, más bien de tener actitudes acorde con ese testimonio bíblico y esa sabiduría que nos permiten reconocer que en esta tierra que tenemos a préstamo, Dios nos llama a vivir como cristianos/as, siendo solidarios/as con los pueblos más desprotegidos. Reflexionar como pueblo que vivió acorralado, perseguido, maltratado pero a su vez acompañado por el Amor de Dios, es hoy motivo de desafíos que somos invitados a asumir con firmeza y confianza.


Hugo R. Malán



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Artículo publicado en Página Valdense en la edición de Junio 2018

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