La autora de este artículo es maestra en educación inicial y común.
Es
educadora sexual y también estudiante de psicología. Por años fue
tallerista en
el Parque XVII de Febrero en relación a la formación y
capacitación de líderes
aportando miradas vinculadas al cuerpo,
fue coordinadora del Hogar Estudiantil
de la Iglesia Evangélica en
la ciudad de Montevideo buscando, junto a Javier
Pioli, introducir
perspectivas corporales en la convivencia espiritual desde la
fe.
En esta oportunidad, nos comparte su opinión sobre la importancia
de
vivir la espiritualidad, también, a través del cuerpo.
Cuerpos excesivamente expuestos. Cuerpos
objetos. Cuerpos desconectados. Cuerpos segmentados por lógicas biológicas,
políticas, sociales, sexuales y religiosas. El cuerpo parece haberse convertido
en un proyecto por el cual hay que trabajar, por un lado, cuerpos internos que
respondan a la felicidad y la elaboración personal; y por otro, cuerpos externos
que cumplan con las normas contemporáneas de belleza. Estos cuerpos segmentados
responden a una sociedad que se ha desarrollado en función de grandes
dualismos, como el bien y el mal, alma y cuerpo, inocencia y culpabilidad, etc.
Donde los extremos representan una virtud o la falta de virtud, donde para
responder a todas estas normas quedamos atrapados y atrapadas en formas
negativas de vida que nos dañan, y nos impulsan a una búsqueda constante de
felicidad que nunca alcanzamos, porque en realidad buscamos el ideal de la
felicidad.
De nuevo, cuerpos deprimidos, cuerpos
enfermos, cuerpos ansiosos y como dice Luis Gonçalvez: «Nos contentamos con
poco, nos afectamos con poco, nos aproximamos poco: la vida se va transformando
en un régimen afectivo de la indiferencia, del aislamiento y/o de prepotencia
urbana, en donde la solidaridad, el apoyo mutuo, las matrices grupales de ser
-en- grupo se van perdiendo en un movimiento progresivo de despotencialización
del deseo y de alienación social» (Gonçalvez Boggio, 2009).
Ante todo este panorama, creo que es necesario
pensar hoy en qué es el cuerpo, y reflexionar en cómo incluirlo en la
espiritualidad cotidiana para no quedar atrapados/as en lógicas que dañan,
además de poder elucidar aquellos momentos cotidianos en los que nos vemos
acorralados/as por mandatos a los que no logramos responder de forma efectiva y
feliz. Si logramos derribar la idea fragmentada de cuerpo físico -mente y alma-
y podemos pensarlo como ¨encuentro de intensidades¨ y como ¨potencia¨, poseedor
del poder de afectar y ser afectado, creo que podríamos encontrarnos con
nosotros/as mismos/as y con otros/as. ¿Por qué incluir al otro/a en este
encuentro? Porque un cuerpo cuando se encuentra con otro se afecta, y afecta al
otro/a, se intensifica o no, se hace más fuerte o más débil. Si logramos
encontrarnos con nuestros cuerpos, conectarnos, sentirnos y conocernos,
lograremos ser capaces de reconocer cuando algo nos afecta y nos potencia,
sabremos ser capaces de reconocer en el otro/a su afección.
El cuerpo habla, aun cuando creemos estar en
silencio, nuestro cuerpo expresa mensajes que influyen en otros/as, y los/as
afectan; incluso podemos no ser conscientes de esto. Spinoza (filósofo: 1632-
1677) planteaba que se habla mucho de la conciencia y sus leyes, de las mil
formas de mover el cuerpo y de sus pasiones, pero ¨no sabemos ni siquiera lo
que puede un cuerpo¨. Haciendo referencia al hecho de que la conciencia es un
instrumento ciego que no logra discernir las relaciones de composición o descomposición
que experimentan los cuerpos. Desde este punto creo en la necesidad de comenzar
a conocernos, poder descubrir la relación entre nuestro cuerpo y aquel que nos
llena de alegría, que nos compone. Se vuelve fundamental concebir el cuerpo del
otro/a como potencia que puede ser afectada y esto implica poder ser capaces de
reconocer nuestro lugar en esa afección.
La espiritualidad cotidiana se vuelve un paso
de lo individual a lo colectivo, se vuelve una experiencia innovadora que
estimula las relaciones de horizontalidad, de igualación y diferencia. Se
vuelve colectiva en el momento en que logramos comprender que los cuerpos son
¨flujos de intensidades singulares¨ que se encuentran, que en cada singularidad
se expresan las diferencias potenciales de cada ser. Poder lograr un
«nosotros» que promueva relaciones
afectivas abiertas a encuentros, donde se conciban las diferencias individuales
como potencias, pienso que podrían ser los caminos que apuesten a la transformación
emancipatoria del pensamiento, de la vida afectiva, de las condiciones
materiales de existencia y podamos salir de las lógicas mencionadas al comienzo
de este artículo.
Lejos de agotar este tema propongo el
encuentro desde esta mirada, propongo un cuerpo concebido como potencia, capaz de
mucho más de lo que somos conscientes y los/as invito A ENCONTRARSE para
construir un nosotros/as lleno de singularidades intensivas que crean y
emancipan nuestros pensamientos para vivir una vida plena.
Por Natalia Bertinat Pontet
Bibliografía:
●
Deleuze,
Gilles (1984). La diferencia entre una ética y una moral. En Deleuze, G.:
Spinoza, Filosofía práctica. Tusquets: Barcelona.
●
Foucault, M.
(1985) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México.
●
Gonçalvez,
Boggio, L (2009). Cuerpo y subjetividades contemporáneas. Disponible en http//www.academia.edu/11497032/Cuerpo_y_subjetividades_contemporáneas.
●
Telles, A.
(2009) Parte II. Capítulo II.5- La problematización de lo singular-colectivo
(pp. 74-75); Parte II. Capítulo
II.6- Una aproximación a la cuestión de la subjetividad (pp. 76-77). Capítulo
III.3- Afirmando el porvenir. (pp. 117-154). En A. Telles Política Afectiva. Apuntes para pensar la vida comunitaria. Paraná,
Entre Ríos: Editorial Fundación La Hendija.
Artículo publicado en Página Valdense en la edición de Mayo 2017
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