Uruguay es el país en América Latina que más
tempranamente vivió el proceso de la separación de la iglesia y el Estado. Ya
la constitución nacional de 1917 lo consagra. Solamente la primera, de 1830,
ligaba el Estado a la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Las últimas décadas
del siglo XIX y por lo menos las dos primeras del XX estuvieron marcadas por
fuertes enfrentamientos en este sentido y la creación del Registro Civil para
la inscripción de personas, la estatización de cementerios, la ley de
conventos, la de divorcio, el retiro de crucifijos y símbolos religiosos de espacios
públicos como los hospitales y las escuelas, fueron escalones que no se
transitaron sin dificultad. Hasta el cambio de nombre de poblaciones y el
llamativo a nivel del calendario en el cual la Semana Santa pasa a ser Semana
de Turismo y la Navidad el Día de la Familia fueron la impronta
característica de aquellos tiempos.
Los uruguayos que nacimos en la segunda mitad del
siglo XX crecimos en una educación fuertemente secularizada, al punto de que no
sin cierto grado de razón se ha señalado que lo hicimos en un marco de
ignorancia del fenómeno religioso como constitutivo de nuestra cultura
nacional.
Prácticamente recién en la década del ‘90 del
siglo pasado el tema de “lo religioso” empieza a tomar cierta importancia en
los estudios sociales e históricos llevados adelante por especialistas sin
filiación religiosa y por tanto con un “cierto” grado de objetividad.
Sin embargo, cada tanto la llama de la discusión
vuelve a avivarse por algún movimiento especial, muestra de que las brasas no
están apagadas. En 1987 la instalación de la cruz en pleno centro de Montevideo
como recuerdo de la primera visita de un Papa a Uruguay generó una discusión
que abarcó muchos aspectos y protagonistas. Hoy, sin planteárselo directamente,
el tema vuelve a sobrevolarnos.
En los primeros días de 2013 se conoció la
noticia de que el Gran Cine Plaza, el más grande de Montevideo y enclavado en
un significativo “kilómetro cero” del país, fue vendido a la Iglesia “Dios es
Amor” de origen brasileño. Los informes hablan de Iglesia Pentecostal, pero ésa
sería una discusión que nos obligaría a entrar en otros caminos que exigen otro
espacio. Es una sala con capacidad para 2200 personas y se habla,
extraoficialmente, de un precio pagado de unos cuatro millones de dólares.
Inmediatamente se generó la polémica, e incluso un sociólogo inició un
movimiento de recolección de firmas para exigir que el Estado la expropie. La
campaña de recolección de firmas empezó hace dos días y lleva unas diez mil
adhesiones. Si bien el planteo de este movimiento no se refiere a la compra por
parte de esta iglesia sino a la pérdida de un lugar emblemático para la
ciudad, tampoco el tema está ausente cuando se empieza a hablar en detalle.
El Subsecretario de Cultura decía en
declaraciones televisivas que no hubo movimientos similares cuando otras salas
pasaron a ser supermercados o playas de estacionamiento, también en el centro
de Montevideo. Uno de los defensores de que la sala quede en manos del Estado
decía que 18 de julio -la avenida principal- está teniendo una densidad de
templos y templitos que “no se corresponden con la realidad”. La frase no deja
de ser muy llamativa. ¿Con cuál realidad? ¿No será que la secularización no
caló tan hondo como algunos sectores piensan? ¿O existe un rebrote de
religiosidad que se da por caminos que no son los que esperábamos?
Se abren sin duda un sinnúmero de preguntas que
bien vale la pena hacerse y tomarse un buen tiempo antes de dar una respuesta
con pretensiones de definitiva. Salieron a relucir en la discusión las exoneraciones
impositivas que las iglesias tienen constitucionalmente establecidas, lo que
constituye sólo una parte de la discusión. No queda fuera tampoco el carácter
especial de esta iglesia y el origen de su notorio poderío económico.
El tema está recién en los inicios y de entrada
se evita encararlo directamente. Quienes reclaman que la sala no sea vendida a
esta iglesia empiezan siempre poniendo por delante la pluralidad de la sociedad
uruguaya y la defensa de la libertad de cultos, pero a poco de comenzar la
argumentación, la línea no parece ser tan clara. Lo cierto es que hay iglesias
que nacieron con el país y fueron formándose con él. Los primeros valdenses
llegan en 1858. Uruguay tiene su primera constitución nacional en 1830. Los
metodistas llegan por esa época. Los anglicanos lo habían hecho desde las
invasiones inglesas en 1806. Estos nuevos movimientos religiosos que no surgen
de la sociedad sino que se imponen con la compra de edificios, ondas de radio,
espacios de televisión, plantean una nueva realidad que no es nada sencillo
abordar. ¿Hasta dónde llega la libertad de culto? ¿Es la uruguaya una
sociedad laica como se ha proclamado, incluso hasta con un cierto orgullo no
carente de cierta petulancia? ¿Qué es y qué no es parte de nuestra cultura?
Me parece que abrir las preguntas es un paso
necesario para transitar el camino hacia las respuestas.
Oscar Geymonat
[*] Nota publicada en italiano
en Riforma Nº 7, del 15 de febrero de 2013 bajo el título:
Uruguay. Fino a dove Muriel Schmid arriva la libertà di culto? También
fue publicado en castellano en ALC y en el portal web de la Iglesia Evangélica
del Río de la Plata.