PAGINA VALDENSE

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miércoles, 22 de agosto de 2012

Entrevista a la candidata al ministerio diacónico de la iglesias Valdense y Metodista en Italia, Nataly Plavan:


“Me he sentido muy querida en todos los lugares en donde estuve”

  1. Por Eduardo Obregón.


Luego de capacitarse en la Facultad Valdense de Roma para el ministerio diacónico, Nataly Plavan emprendió un viaje para conocer las obras diacónicas en el Río de la Plata. En esta entrevista nos cuenta algunas de sus experiencias personales y sus impresiones con respecto a lo que conoció en estas tierras.
Nataly Plavan


   En está mañana, como tantas mañanas invernales en Buenos Aires, con ese gris y ese frío húmedo que se impregna hasta en los huesos, nos encontramos con Nataly Plavan en el Hogar Estudiantil Buenos Aires, una obra de servicio de las iglesias reformadas y valdense. Con un cálido te mediante, ella comienza a contarnos sobre su capacitación diacónica: “En los últimos tres años yo estudie Teología con un curso a distancia en la Facultad Valdense de Teología de Roma, lo hice a distancia porque tenia un trabajo y vivía en Torre Pellice, en los valles valdenses. El curso abarca las materias de teología práctica. El ministerio de la diaconía, en Italia, es  reconocido con la misma condiciones de trabajo del pastor, sueldo y movilidad, con la diferencia que no hay una carrera de estudio para ser diacono, cada uno hace su propia capacitación y yo la hice en diaconía comunitaria con la idea de trabajar junto con un pastor en una comunidad y ocuparme más de toda la parte social, de la capacitación sobre todo juvenil y de algunos proyectos de integración; por ejemplo, el trabajo con migrantes es uno de los desafíos más grandes de la iglesia valdense.”
   “Termine de estudiar en diciembre –continúa Nataly- y comencé mi año y medio de prueba, como el del pastor, y me propusieron hacer el medio año acá en el Río de la Plata para conocer la iglesia y la obras diaconales, y hacer un periodo en el extranjero. Yo no podía hacer un año, como tienen la obligación los estudiantes italianos de teología, pero ya seis meses es un buen tiempo, cuando vuelva, en septiembre, voy hacer el año para completar el año y medio,  en la comunidad de Palermo, ahí voy a trabajar en diaconia comunitaria y haciendo algunas colaboraciones con el Centro Diaconale de La Noce que funciona en Palermo.”
   Nataly es una mujer alegre, siempre dispuesta a obsequiar a su interlocutor con una sonrisa. Además, ella es una persona sencilla, no es de hablar mucho, más bien es de aquellos que prefieren observar y escuchar a los demás pero cuando se deciden a hablar es mejor escucharlos porque seguramente algo interesante tendrán para decir.

   -¿Por qué elegiste esta profesión? Seguramente encontrarás en vos una predisposición al servicio social…

   -Yo soy valdense de cuna, cultura y tradición, de los valles (afirma esto con una dosis de humor). Siempre hice algo dentro de la iglesia: escuela dominical y grupo de jóvenes. Pero no estuve tan comprometida sobre todo con el aspecto de la fe. Era bastante joven cuando fallecieron mis padres, tenia 17 cuando murió mi papá y 19 cuando falleció mi mamá, y en ese periodo mi relación con Dios era de enojo pero, a pesar de eso, me quedé en la iglesia.
   A partir del 2002 empecé a elaborar el duelo de las muertes; ya habían pasado seis años que intentaba no pensar y seguir para adelante. Elaboré este duelo cuando empecé a hacer campamentos en Ágape y cuando entré a la Federación Juvenil Evangélica italiana, que es el movimiento juvenil metodista, valdense y bautista en Italia. Allí pude ampliar la mirada y conocer mucha gente, jóvenes comprometidos con la iglesia  y que me comunicaban una fe grande, no sólo en Dios sino compartiéndola con otras personas.
   Y desde ese momento me comprometí mucho con los jóvenes: hice campamentos e hice la capacitación de los líderes, crecí en la formación y en la capacitación haciendo varios cursos de fin de semana. No tengo una profesión vinculada a esto, estudie idiomas en la facultad pero no lo termine porque empecé a trabajar y no tenía el tiempo porque empecé a trabajar. Uno de mis trabajos tenía que ver con la animación juvenil: por cuatro años trabaje con otras dos personas en la coordinación de la animación juvenil  de un distrito, que sería como un presbiterio, presbiterio pequeño porque son dieciséis comunidades una muy cerca de la otra, y allí me entregue mucho a trabajar con los jóvenes y también con los jóvenes adultos. Comencé a hacer algunas visitas, cultos,  devocionales, también participé de los encuentros de pastores y comencé a estudiar la Biblia en el sentido de la exegesis, y me gustó.
   Una vez una diacona me dijo que para ella, yo tenía el perfil y la capacidad para hacer el trabajo de diaconía, yo no tenía ninguna gana de ser pastora porque me da miedo el público, el predicar para mí es un esfuerzo gigantesco, me tiembla la voz y me siento muy insegura pero si estoy dentro de un conflicto, de un duelo, estoy como pez en el agua; me muevo bien con naturalidad, es cierto que necesito herramientas pero ese es mi campo.

   -¿Cuándo la diacona te hizo la propuesta de una labor diaconal, ¿qué pensaste en ese momento?

"Lo que el Río de la Plata me ofreció es diaconía institucional
y yo en eso no tenía mucha preparación"
   -Pensé varias cosas:  en primer lugar, el reconocimiento siempre te hace bien; en segundo lugar, que es una tarea demasiado grande y yo no tenía las herramientas para hacerla; otro pensamiento fue a raíz de las condiciones de trabajo porque tenía que irme de los valles donde viví treinta años y dejar lo que quedaba de mi familia, un hermano, una tía, una prima y una abuela, y empezar a viajar, moverme para conocer y no estaba muy segura de querer hacerlo. Al mismo tiempo empecé a mirar el sentido de mi labor: en mí trabajo secular era secretaria en una oficina de abogados, un trabajo lindo, un medio tiempo con mucha posibilidad de seguir estudiando, de hacer otra cosa, pero un trabajo de oficina, solo yo y mi computadora, y el abogado cuando estaba ahí, no me daba ninguna satisfacción y, al contrario, el trabajo que hacía para la iglesia le daba mucho sentido a mi vida, me lo llevaba muchas veces a casa pero al mismo tiempo era lo que me daba vida, realmente, por eso, al fin pensé varios meses y también porque tenía treinta y pico de años, yo quería una formación teológica pero la idea de ponerme a estudiar no me daba muchas ganas. Al final decidí que sí, que era algo que quería hacer, que estaba lista para el desafío de irme de mi pequeño contexto, de abrirme un poco más al mundo y que tenía ganas de hacerlo, eran varias cosas, al principio te parece que no pero mientras lo vas pensando te dan ganas de hacerlo.
   Y así que escribí una carta a la Mesa para  hacer el pedido para ser diacona. Y que necesitaba una capacitación para hacerla, además necesitaba una beca porque sino tenias que trabajar tiempo completo y para estudia se complicaba. Luego la mesa de Italia acepto; me dio la beca y en dos años y medio terminé el curso, lo hice en mi casa, a distancia, me envíaron el CD con el programa y tenía que hacer informes, relaciones y todo eso, y cuando tenía que rendir oralmente, viajaba a Roma; en dos años y medio yo fui cinco o seis veces. Es un curso más corto, pequeño y específico.
   Hice también un mes de pastoral clínica en un hospital, un curso y visitas, y ahí me dí cuenta que yo tenía algo de natural pero que necesitaba algo de capacitación, de ayuda para canalizarla bien, pero era algo que me salía bien, y que se podía continuar. Y cuando la Mesa me propuso venir acá, al Río de la Plata, para conocer las obras diaconales antes de conocer las obras de Italia, me pareció lindo poder empezar una reflexión afuera de mi casa sin llegar acá con todo el pensamiento de la diaconía italiana y las comparaciones continuas: “allá se hace así, acá se hace asá.”
   Yo llegué acá y tuve que aprender a dejar un poco mis prejuicios, a aprender a escuchar antes de empezar a juzgar. “Juzgar” es una palabra muy fuerte pero siempre tenemos una idea, un punto de partida.  Lo importante es tenerlos pero dejarlos abiertos a entender que si algunas cosas no se hacen igual no quiere decir que son malas o mejores, sino que se hacen de una manera distinta.
   Lo que esta pasantía en el Río de la Plata me ofreció es sobre todo diaconía institucional y yo en eso no tenía mucha preparación porque hice sobre todo diaconía comunitaria, y al principio trabajaba más en un hogar para ancianos, con los abuelos, con los internos, pero me di cuenta en un momento que iba a hacer más que esto. En una obra diaconal, lo que se le pide a un diácono es la dirección, así que tenía que saber como se maneja un hogar, un instituto y también sobre la relación con el personal que trabaja.
   Con el pasar del tiempo, modifiqué un poco la forma de la pasantía y empecé a trabajar más con el director, además de estar con los internos, hablar con ellos, conocerlos, estar adentro y también hacer reuniones con el personal. Normalmente estaba callada porque era de afuera, más bien actuaba como observadora de lo que se hace, y siempre con la mirada en el evangelio.
   En algunas obras no sabes adonde está la participación de la iglesia pero por el hecho de que toda institución trabaja tiene que respetar las leyes particulares de su país y se aleja un poco del servicio y de una diaconía comunitaria, con voluntarios, con personas que se ponen al servicio y todo eso, en ese sentido noto que hay que mirar otras reglas.


   -En tu recorrido en Argentina, ¿qué obras has visitado?

   -Estuve veinte días del mes de febrero en el hogar para ancianos de Colonia Belgrano, en marzo estuve trabajando todas las mañanas en el Sarandí, en el hogar para discapacitados de Colonia Valdense, y todas las tardes en el hogar para ancianos de Valdense. En abril estuve tres días conociendo el proyecto con mujeres campesinas y estuve en el Centro El Pastoreo, estuvimos trabajando en el barrio y en mayo estuve en el hogar para ancianos de Jacinto Arauz.
   Ahora, en Buenos Aires, estoy conociendo todo muy rápidamente y en los últimos quince días de junio voy a terminar la pasantía en la obra ecuménica del Barrio Borro de Montevideo. También me han contado sobre el proyecto de VIH en Bahía Blanca y acá en Buenos Aires, y ahora estoy acá en el Hogar Estudiantil Buenos Aires. Ésta no es una obra diaconal como otras pero es un servicio.

   -¿Podés compartir algunas impresiones con respecto a tus visitas?

   -Una primera impresión importante es que cada lugar tiene su especificidad, no es solo la distinción entre un hogar para ancianos, otro para discapacitados y una obra de servicio en un barrio. Por ejemplo, los tres hogares para ancianos que visité, cada uno tiene su particularidad, no se puede pensar en llegar a un lugar y hacer la misma cosa que se hacía en el otro, siempre hay que conocer el contexto social del pueblo, de la iglesia, la gente que vive en el hogar… Por eso es que yo pasaba mucho tiempo hablando con los internos, también para saber cuales son las expectativas que ellos tienen, y encontré casi siempre ancianos autoválidos, desde los 80 para arriba, pero todavía con ganas de vivir y de hacer cosas. No es solo la capacidad de comer solo y todo lo que necesita y el cuidado de su propio cuerpo, pero muchos deciden y eligen ir a un hogar para ancianos, no quedarse solos y seguir su vida ahí. No son hogares en donde los ancianos esperan la muerte sino que es una cosa muy linda.
   En cada uno de los hogares, menos en el de Belgrano porque no me dio el tiempo, hice un estudio bíblico más parecido a una animación teológica. Con los internos y diurnos del Sarandí tomábamos un argumento bíblico y, a través de este, ellos hablaban de su propia experiencia, de su propia vida. Una tallerista que me acompañó mientras estuve en el Sarandí, porque algunos tenían dificultad para hablar y como es un idioma extranjero para mí, se me hacía muy difícil entenderlos, ella me ayudaba en esto, se enganchó, le gusto y ahora ella está siguiendo este trabajo.

   -¿Estuviste en el rioplatense también? ¿Qué impresión te dio?

   -Sí, fue lo primero que hice. Llegué, bajé del avión y fui al Rioplatense. Me llevo una impresión muy linda, muy colorida y muy espiritual. Me gustaron mucho los devocionales que la comunidad de Cosmopolita ofreció a los chicos, así que cada mañana había alguien de la comunidad que venía a hacerle el devocional al Rioplatense pero con una participación muy grande de los chicos y chicas en la oración y en el canto. Se canta mucho; yo vengo de las iglesias en los valles en donde, en los cultos, se cantan los himnos del mil quinientos, del viejo himnario, y todos estos cantos nuevos fueron para mí un descubrimiento muy lindo. Me compré el Canto y Fe, no sé si voy a acordarme todas las melodías pero creo que podría llevar allá alguna canción.
   Y además de eso, que es típico de un grupo de jóvenes, yo no sabía exactamente como funcionaba un rioplatense. Yo pensaba que era una reunión como el Sínodo. Siempre es por esto de comparar con Italia: allá, la Asamblea Juvenil es una asamblea muy parecida al Sínodo, en donde se trabaja por tres días, desde la mañana hasta la noche, sobre temas relacionados a los jóvenes. El Rioplatense es una semana en pleno verano, y los tiempos son más relajados, no es solo asamblea sino que también hay conocimiento: tener tiempo para conocerse, jugar juntos, es muy lindo. Tuve que acostumbrarme a los horarios, totalmente distintos a los míos, y empezar un juego nocturno a la una y media de la madrugada; me desafiaba a abrirme en mis propias costumbres.
   Los temas de la asamblea son muy parecidos a los temas de Italia: la comunicación, la participación, las dificultades para formar grupos de jóvenes, las dificultades para mantener a los estudiantes que tienen que irse a otras ciudades y queda la voluntad de quedarse en su propia iglesia de origen y al mismo tiempo estás en otra ciudad y a veces no es fácil el pasaje, al final uno no hace ni una ni otra cosa.
   Hay algunos proyectos de diaconía comunitaria, por ejemplo la pastoral estudiantil, que a mí me parece muy interesante, no pude conocerla muy bien porque no tuve el tiempo pero me parece que podría ser una muy buena herramienta, y jugar mucho. Sobre todo acá en donde es imprescindible moverse para estudiar. En Italia es distinto, yo viajaba de mi pueblo a Turin todos los días, eran 3 horas de viaje entre ida y vuelta pero se lo podía hacer.
   Conocí al grupo de jóvenes de Paraná: pasando de Colonia Belgrano a Buenos Aires me quedé dos días en Paraná y me invitaron al grupo de jóvenes, que se reunió solo para mí porque era muy temprano para ellos. Era el principio de marzo y todavía no habían empezado las actividades, y ellos me contaron que no hay por el momento una iglesia en Paraná. Que ellos en este momento, con algunas parejas un poco mayores, están haciendo la iglesia, en una práctica.


   Luego de casi seis meses de itinerar por las comunidades valdenses rioplatenses, el pasado 15 de julio Nataly Plavan emprenderá el regreso a su casa.

   -¿Te has sentido querida acá?

   -Sí, sí, he hecho muchísimos amigos y amigas. Me he sentido querida realmente mucho en todos los lugares en donde estuve. Yo estuve mucho entre familias y era como una hija, como una nieta, con la libertad de sentirme en casa de cada uno, de vivir la casa, no solo de ser una huesped que no podés hacer nada. También hubo mucha gente de las iglesias que en el culto venían y me saludaban y me preguntaban de donde venía y todo el discurso de la familia y los apellidos y todo eso.
   Pero además de eso, hice relaciones de amistad y encuentros muy profundos, de intercambios de vida, muchas veces escuché pero también muchas veces conté también mi historia y esto nos ayudó a abrirnos mutuamente.
   Además me llevo un cambio mío desde enero hasta julio. Yo me doy cuenta de muchas cosas que cambiaron en mí y cambiaron para bien. Así que me llevo realmente muchas cosas.


Nataly Plavan y Eduardo Obregón. 
  






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