PAGINA VALDENSE

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jueves, 22 de marzo de 2012

A un mes del accidente ferroviario de Once:


Los templos de los cuerpos vivos

Por Eduardo Obregón.

   Aquella cálida mañana del 22 de febrero el locutor de la radio anunció que hubo un accidente ferroviario en la estación del barrio de Once, en la Ciudad de Buenos Aires. En aquel momento, la voz señalaba que, sin saberse aún la cantidad de víctimas, se podría advertir que muchos eran los heridos de la catástrofe.
    Funesta mañana, aquella, en donde el reloj se detuvo para dar paso al horror. Invadido por la amarga sorpresa, hice memoria de aquellas personas, conocidas mías, que suelen tomar ese tren para ir a trabajar. Allí aparecían rostros muy cercanos a mí: Norita, la mujer que trabaja limpiando la facultad de teología, Mabel y Cristian, una pareja cercana a mí que hace tiempo que no veo; digo, por nombrar algunos.
   … Y la muerte, con su rostro más macabro, irrumpe en nuestra cotidianeidad y carga consigo con todas las muertes, esas que nos hieren el corazón. Allí se muestra en escena, absurda y grotesca. Los medios de comunicación nos ofrecen retazos del horror bajo el título de “Así vivimos y así morimos los argentinos”. De este modo, con semejante desayuno de terror e impotencia, la bronca nos invade porque una vez más, como tantas otras, se trata de cientos de personas que padecieron lo que pudo haberse evitado.
   Esta gran ciudad, con sus grandes rascacielos y sus casonas al estilo de la Europa del siglo XIX, con su centro financiero, su bullicio, sus luces de colores y sus aspiraciones de “primer mundo” también, como tantas otras grandes ciudades, exige sus sacrificios. Pero a Buenos Aires no le basta con las injusticias a la vista, no le satisface los cartoneros que hurgan en la noche buscando las sobras que les permita sobrevivir, o con aquellos otros habitantes de la calle que tienen como dormitorio las veredas, o a la Villa 31 exponiendo su precariedad ante una ciudad que mira con ojos despectivos lo que no quiere ver. Pero pareciera ser que a Buenos Aires estas ofrendas que le da su sociedad injusta no le llena su voracidad de vidas humanas: ahora, el saldo de este accidente ferroviario dejó 51 muertos y 600 heridos; no hace mucho tiempo, el 13 de septiembre del año pasado, dos trenes (de la misma línea Sarmiento) y un colectivo chocaron en la cuidad de Flores, dejando un saldo de 11 muertos y 228 heridos, ¿hasta cuando seguiremos con estos actos terribles? Si miramos con profundidad estos acontecimientos, y tantos otros que pasan sin repercusión mediática, tienen un denominador común: empresas que hacen su gran negocio a costa de la seguridad de miles de personas y Estados que, en el mejor de los casos se muestran impotentes ante el poder de las grandes corporaciones (en este caso del transporte), y en el peor, incluso son encubridores e impulsores de estas situaciones de muerte.
   En estos días, los cristianos estamos acercándonos a la fecha en que conmemoramos Pascuas, por esta razón, quisiera proponerles valernos de un relato de Jesús, específicamente aquel que llega al templo y desaloja a los mercaderes que hacían allí su actividad lucrativa. En este caso, les propongo la versión del relato del Evangelio de Juan (cap. 2: 13-22), con el fin de reflexionar sobre lo ocurrido en Once hace un mes atrás.
   El texto comienza diciendo que Jesús llega a Jerusalén en tiempos de Pascua. La Pascua rememora un momento de cambio, de pasaje hacia un momento nuevo, tal fue el caso de aquel pueblo esclavo de los egipcios que cruzó, acompañado por Yavé, el Mar Rojo en pos de su liberación (Éxodo 14). Sin embargo, en los días de Jesús, lejos quedó la frescura de aquella religiosidad de los seguidores de Yavé; justamente, la “pascua” de las autoridades del templo era concebida como para no cambiar nada. Además, el templo, dejó de ser “la casa de oración” para que poderosos mercaderes hicieran sus negocios a costillas del sacrificio del pueblo (Marcos 11:17).
   Allí, él encontró a los vendedores de bueyes y ovejas; en la sociedad del mundo de Jesús, los terratenientes ganaderos gozaban de un gran poder, recordemos que justamente Saúl, el primero de los reyes de Judea, era un propietario de ganado (1 Samuel 9:3; 11:5). En el tiempo que se sitúa el relato, los más pudientes de Israel compraban esos animales para ofrecerlos en sacrificio en el día de Pascua. Sin embargo, al verlos, Jesús no tuvo contemplación con ellos y los expulsó del templo a latigazos. El texto dice que lo mismo hizo con los cambistas, estos financistas cambiaban las monedas circulantes en aquel momento, las que tenían la cara del Cesar y que eran consideradas de idolatría por las autoridades religiosas de Israel, por aquellas otras monedas, las que se acuñaban en el mismísimo templo. Juan relata que a los únicos que les dirigió la palabra fue a los vendedores de palomas: “quiten esto de acá y no conviertan la casa de mi padre en un mercado”, les ordenó. Quizás, seria porque los vendedores de palomas no hacían grandes negociados como los vendedores de bueyes o los financistas, ya que era solo el pueblo pobre el que compraba las palomas para la ofrenda.
   Las autoridades religiosas –aquellos a los que Juan denomina como “los judíos”- se oponen a Jesús y le exigen una señal que indique que él tiene la autoridad suficiente como para desalojar a los comerciantes del templo. Jesús, “ni lerdo ni perezoso”, los desafía incluso con ironía a algo que ellos no estarían ni locos dispuestos a hacer: “destruyan este templo y en tres días lo levantaré”, les contesta. Ellos le replicaron burlándose: “¿Cómo vas a hacer, sí en cuarenta y seis años fue edificado este templo y vos decís que en tres días lo vas a levantar?”. Los jerarcas hacían referencia a la reconstrucción del templo iniciada por Herodes en el 19-20 a. C. Pero Juan inmediatamente aclara que Jesús estaba hablando del templo de su cuerpo y, a raíz de este hecho, cuando él resucitó, sus discípulos recordaron estas palabras.
   No quisiera hacer aquí una interpretación simplista de este texto al vincularlo con el accidente del 22 de febrero pasado, afirmando que nos debemos conformar porque los muertos van a resucitar y se acabó el problema. Aunque, en nuestra fe tenemos la esperanza de que no hay muerte que venza a la vida. De hecho, el texto del Evangelio nos invita a bucear en su contenido porque tiene mucho más que decirnos.
    Claramente el relato nos presenta dos modelos radicalmente opuestos: uno es el del templo del sacrificio, aquel que promueve que muchas vidas se posterguen en pos del beneficio de unos pocos (autoridades religiosas, poder político y comerciantes), y el otro, son los templos de los cuerpos vivos, el cual no exige sacrificios sino el poder vivir una vida plena y digna para poder honrar a Dios.
   Hoy se cumple un mes del accidente ferroviario de Once, desde la perspectiva del Evangelio, tenemos que decir claramente que Dios no quiere esta realidad que da miedo, Él no quiere estas muertes innecesarias; el proyecto del reino de Dios promueve la Vida plena de las personas y, en este sentido, nos desafía a no permanecer indiferentes a estos terribles acontecimientos, y a sensibilizar nuestros corazones por la suerte que puedan correr nuestros hermanos y hermanas. Nuestros cuerpos vivos son sagrados y deben ser cuidados sin ningún tipo de restricciones, para ello estamos invitados e invitadas a trabajar a diario. Esta es la fe que nos alienta y nos alimenta, la que está fundada en Jesús resucitado, vencedor de toda muerte.

Zamba para que te quedes

Para que estés siempre en medio nuestro,
para que nos juntes en la comunión,
para que a pesar de toda tristeza
esta sea una fiesta porque aquí estás vos.

Compartimos la copa y el pan que es amor,
amor bien jugado por vos en la cruz.
Celebramos que no hay muerte que pueda atar
a la vida que recibimos de vos.

En el barrio tantos te necesitan
y quién sabe cuántos en esta ciudad.
Danos la palabra, el gesto, el cariño,
que te muestren simple así como sos.

Padre te pedimos con todo el pueblo
por aquél que sufre injusticia y dolor,
cambia nuestro llanto por alegría,
danos esperanza, ahuyenta el temor.

Juan Gattinoni.


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