Texto de la predicación
de María Bonafede, pastora de la iglesia valdense de Torino, sobre Mateo
7:13-14:
“¿Qué otra cosa es la
vocación cristiana si no es tener la certeza de estar aferrados a Cristo, de
ser “salvados” por él y de estar estrechamente anclados a nuestro prójimo?”
Citamos aquí un estracto de la
predicación de la pastora María Bonafede, en el marco del culto de apertura del
Sínodo 2013 de las iglesias metodistas y valdenses de Italia.
Entra por la puerta estrecha porque grande
es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y muchos son los que
entran por ella. En cambio, estrecha es la puerta y angosto el camino que
conduce a la vida, y pocos son aquellos que la hallan.
Queridos hermanos, queridas hermanas en
Cristo, queridos diputados y diputadas de nuestras iglesias, queridísimos
consagrados, queridos hermanos y hermanas invitados ecuménicos de nuestro
Sínodo, ¿cuál es nuestra perspectiva, nuestra vocación, la palabra con la cual
el Señor encuentra a nuestra vida? ¿No podría ser esta? ¿esta puerta difícil de
hallar y de atravesar, en la cual se pasa de a uno por vez, solo con sus su
propia fe y sus consideraciones de conciencia?
Con la metáfora de “la puerta estrecha”,
Jesús centra su mensaje en que, a la vida plena, al reino de Dios, no accede
todo el mundo, y es más, para que esta puerta sea atravesada, exige decisión,
compromiso y mucho esfuerzo. A menudo es necesario trabajar duro para saber
cual es el camino justo, incluso la ambigüedad de la vida y de nuestro corazón
hacen difícil el poder encontrarla y querer transitarla. Sin embargo, esta
puerta no tiene nada que ver con un manual sobre las decisiones que hay que
tomar, con el comportamiento que hay que adoptar en la vida, con el sentido
moral según el cual cuanto más te esfuerces a disciplinar tu vida más te
acercarás a la salvación, más bien al contrario, cuanto más tu vida sea
regulada más la salvación se aleja de ti. Más bien tiene que ver con reconocer
la vida que te viene al encuentro y de elegir descartando aquello que es
apariencia, de reconocer la voz que te llama, el “sí” que es pronunciado sobre
tu vida y quiere reconocer lo justo, aunque si por hacerlo es necesario dejar
el coro, ponerse en riesgo, hacer silencio y recuperar fuerzas.
La puerta estrecha tiene que ver con el
límite entre la vida y la muerte, entre la victoria y la derrota, entre la
salvación y la perdición; es la frontera, a la que Jesús hace referencia, entre
la perdición y la vida, es una cuestión de vida o muerte, de eso se trata.
Hoy escuchamos el evangelio de la puerta
estrecha teniendo en el corazón una coyuntura especial en los aspectos
económico y social, en el cual, más que nuestro país, es el mundo entero el que
se debate sobre qué es lo que es, aunque este interrogante también le atañe a
nuestro país. De alguna manera podríamos valernos de esta metáfora de la puerta
estrecha para señalar este tiempo particular que nos toca vivir. Nosotros
sabemos que será duro y largo ahora, y que esta crisis epocal es el resultado
del camino ancho invocado tanto tiempo por pensar en uno mismo, por el uso
ilimitado y sin criterio de los recursos de la tierra, del agua y de la
desatención en el campo del trabajo y el servicio a las personas… Hoy estamos
obligados a preguntarnos, personal y colectivamente, de cómo modo podremos
salir, con que esperanza, con que criterios, con que palabra nueva afrontaremos
el espanto en el que nos hemos hundido. Y para rendirnos cuenta, solo un
profundo arrepentimiento, solo la conversión del corazón y del pensamiento
puede invocar la gracia del perdón, puede esperar, orar, hacer todo lo posible
e implorar por hallar el sentido a la puerta de la salvación. Sin embargo, si
nos obstinamos en la ilusión del final feliz y comenzamos a dar vueltas sin
querer escuchar la exigencia del evangelio, pleno de gracia, pleno del sentido
de Dios que es el único que es justo y salva.
Esta
es la puerta y el camino que conducen a la vida, este camino cuya salida salva
o condena a la perdición, sin embargo marcada, como Jacob que obliga a Dios a
luchar con él y sale cojeando, marcado para siempre, como la mujer cananea
(Mateo 15:22 ss) que no acepta ser despedida por los discípulos de Jesús y por
Jesús mismo, e insiste, insiste por la curación de su hija, por tener la totalidad
de las migajas que los perros lamen debajo de la mesa y, sin embargo, gana
todo, obtiene la vida, de ella Jesús termina diciendo que su fe es grande… como
Jesús mismo, que le pide a Dios no beber del caliz de su vocación (Marcos
14:36), que lucha contra su propio destino y ora angustiado por no querer
morir, y que luego muere recitando el salmo que clama a Dios preguntando “¿Por
qué me has abandonado? ¿Dónde estás?”. Y nadie le responde. Esta puerta
estrecha que conduce a la vida, a la verdad de tu propia vida, no solo se ubica
como alternativa entre la vida y la perdición, sino que Dios la hizo estrecha
porque el puede salir vivo y amoroso o desaparecer para siempre.
¿Verdaderamente somos los valdenses aquellos
de la puerta estrecha, los que seamos capaces de recorrer un sendero difícil? No
lo sé pero en mi oración espero que esta puerta esté en nuestro corazón como
oportunidad de nuestro presente y como perspectiva de un futuro.
“Entra por la puerta estrecha” no es la
vida. Entrar por la puerta estrecha, queridos hermanos y hermanas, querida
Nataly, querido Marco, querido Rosario, es Cristo que nos encuentra en lo
estrecho de la vida, en el corazón de nuestra lucha por no perdernos en el
sinsentido y en el miedo. Es Cristo que está en el rostro desesperado de aquel
que no aguanta más, sea cual sea la razón de su llanto. Cristo es la puerta y
es el camino a la vida, nos dice el evangelista Juan. ¿Qué otra cosa es la
vocación pastoral y diaconal sino reconocer el encuentro fundamental de la
vida, no como un paseo lleno de premios y honores sino como un cuello de
botella en la que se vislumbra la libertad y la vida cuando no se lo pensaba
como imposible? ¿Qué otra cosa es la vocación cristiana si no es tener la
certeza de estar aferrados a Cristo, de ser “salvados” por él y de estar
estrechamente anclados a nuestro prójimo?
La puerta estrecha no es una condena, ni
mucho menos un destino amargo, sino la posibilidad preciosa que, con diversos
modos e intensidad, nos es ofrecida hoy. No se trata de un “no” pronunciado en
nuestra propia vida, sino de un “sí” más verdadero, más misericordioso, más
justo.
De esto tenemos que hablar y de nada más. De
este “sí” tenemos que nutrirnos, con la lectura, con la oración, intercambiando
los estrechos pasajes de la existencia con otros. De este “sí” podemos presumir
y de nada más.
(Fuente: www.chiesavaldese.org)